miércoles, 12 de noviembre de 2008

Sin Misericordia

-Capitulo 1-

Las luces jugaban una perfecta armonía de sombras y resplandores sobre las personas que caminaban, o bailaban bajo la enorme araña de cristal que pendía del techo. Parejas iban y venían envueltas en sensuales movimientos: en danza y caminatas, las frases de conversación se oían por doquier; risas, susurros y frases de cumplidos hacia los anfitriones de aquel evento.

El joven doctor se paró en un extremo del abarrotado salón, observando el espectáculo con toda serenidad, manteniendo todo bajo control. Su acompañante lo imitó, deteniéndose junto a él con la misma impasibilidad. Se colgó con educación de su brazo y paseó la mirada sobre la marea de rostros que sonreían con deleite. Sintió el conocido salto de adrenalina en su estomago, pero se ordenó contenerse. Aquella era una prueba que ya la había superado en varias ocasiones.

- Lindo…- murmuró ella en su fino acento que los años no habían sido capaces de borrar -Una grandiosa fiesta-

Él se giró para contestarle, le dio una palmada a la mano que entrelazaba bajo su brazo -Han sido muy amables en invit…- su voz se perdió gradualmente cuando un sutil vaho le llenó la nariz.

Un suave perfume a flores cítricas, vainilla y almendras inundó el recinto. El aroma se extendió por todo sus sentidos, mareándolo, confundiéndolo. Hizo que la boca se le llenara de saliva y las manos le sudasen. Mantuvo bajo control el desesperado impulso de girar la cabeza y buscar a quien portara aquella tentadora esencia.

- Necesito una copa- musitó en cambio, apretando la mandíbula. En una voz débil y manteniendo la cabeza baja.

Su acompañante lo notó. También había advertido el suave perfume, pero para ella era solo eso; una simple fragancia frutal. Algo no muy usual, pero completamente previsible en cualquier ser humano.

- Cálmate- le apretó la mano con seguridad -Ya hemos pasado por esto varias veces…-

- Lo sé- él sacudió la cabeza. El aroma seguía allí, flotando entre medio de aquella multitud -Pero es que esta vez es…- se mordió el labio, conteniéndose - Necesito beber algo-

Ella tomó la iniciativa de caminar, siguiendo la hilera de personas que iban en línea recta. Sabía que tarde o temprano se encontrarían con un sirviente que pudiera facilitarles las bebidas. Él la seguía a paso trémulo, con la vista al frente, concentrándose en la oscura cabellera de su acompañante, viendo el complicado diseño del vestido verde que llevaba, intentando concentrarse para que su mente dejara de desear lo que le era imposible.

- Aquí- ella se giró con una copa de brandy, ofreciéndosela con una pequeña sonrisa -Bebe esto-

Apuró el líquido a su garganta, sintiendo el escozor y el calor propio del alcohol, que calmó por un momento las ansias de su otra sed. Tomó una bocanada de aire, ya sintiéndose dueño de su cuerpo.

- ¡Doctor Ash!-

La pareja se giró, hasta encontrar a un hombre, algo regordete, pero de mirada amistosa, que les sonreía con calidez. Se notaba el paso de los años en su cabellera color plata, y en el marco de los anteojos avejentados que cubrían un par de pupilas verdes.

- Doctor Ash- reiteró con simpatía, y extendió la mano hacia el joven -Que placer es tenerlo aquí-

Le dio la copa a la mujer, así pudo estrechar con igual aprecio la mano del caballero -Gracias por invitarnos Lord William- luego retrocedió hasta tomar del brazo a su acompañante -Permítame presentarle a mi prometida, la señorita May Maple-

- Un placer, señorita- el anciano hizo una pequeña reverencia al besar la fría y pálida mano de la nombrada.

- El placer es todo mío. Es una hermosa fiesta, si me permite decirlo-

- Muchas gracias, señorita. Pero díganme ¿los han atendido bien?. Cualquier cosa que necesiten no duden en pedirla…-

- Gracias- el joven sonrió algo avergonzado -No debe tomarse tantas molestias…-

- No es molestia, doctor. Esta comunidad se ha beneficiado muchísimo desde su llegada al hospital, necesitábamos sangre joven y mentes brillantes como la suya para progresar en esta región… No cabe duda de que nos hemos favorecido con su presencia, con su sabiduría y con su conocimiento. Esta es solo una pequeña muestra de agradecimiento-

- Lord William me apena- musitó el joven doctor, con una mueca de vergüenza.

El caballero sonrió meneando la mano -Tonterías-

- ¿Puedo hacerle una pregunta, milord?- intervino la dama utilizando aquel suave acento extranjero.

- Por supuesto, señorita- le hizo una reverencia, como disculpándose por no haberla tenido en cuenta.

- ¿A que se debe esta celebración?- paseó su mirada a sus alrededores, como ilustrando sus palabras antes de mirar los cansados ojos de su interlocutor.

- Oh, si. Mi hija menor acaba de cumplir años. Su nana consideró que era una situación especial para que también hiciera su entrada en sociedad…-

- Oh- el doctor lo miró con curiosidad -No he tenido el placer de…-

- ¡Papá!- se oyó una voz entusiasmada a un costado de ellos que cortó inmediatamente lo que el médico iba a decir.

Otra vez aquel mareante aroma a flores cítricas se desplegó en el aire. Parecía llegar de todas partes, dirigiéndose a ellos como una marea desbocada.

- ¡Papá…!- sonó la misma voz, acercándose.

Ash se quedó dolorosamente tieso; con las palmas sudando y los sentidos peligrosamente en alerta. May movió la cabeza hacia un lado, sin sentirse afectada.

- Papito…- una joven pelirroja apareció de la nada, y de un salto se colgó del brazo del caballero, depositando un sonoro beso en su arrugada mejilla -Prometiste que bailarías al menos una pieza conmigo…- siguió hablando mientras sacudía su vistosa cabellera -Me has dejado sola y abandonada a merced de esos horribles buitres…-

De algún modo inexplicable el perfume emanaba de aquella pálida criatura vestida de azul que no cesaba de aletear como un pajarillo en torno a su anciano padre. Tenía una altura poco considerable, el cabello como fuego y una estampa delicada y aniñada de la que destacaban sus ojos azules semejantes a dos luceros.

- Querida, que es lo que dices- el caballero anciano rió ante aquella singular elección de palabras.

- Pero si es cierto- la joven continuó haciendo un pequeño puchero -Son unos buitres que esperan obtener una buena tajada de mí y de mi fortuna…-

La prometida del doctor soltó una pequeña risita al oírla, haciendo que la muchacha recién reparara en ellos.

- Oh, lo siento- se disculpó avergonzada, haciendo una pequeña reverencia con su falda.

Ash observó la pelirroja cabeza que se inclinaba educadamente ante él. El aroma era tan mareante que por un momento temió que su naturaleza primitiva lo hiciera cometer una locura. La mano de May se cerró en su brazo como una trampa de acero, conteniéndolo en toda su fuerza. Ella había advertido como su respiración comenzaba a agitarse.

- Querida, este es el doctor Ash Ketchum- dijo el caballero anciano haciendo las presentaciones -Es el director del pequeño hospital…-

- Oh- la joven le dedicó una sonrisa brillante -¿Así que usted es esa 'sin igual maravilla' de la que todos hablan?- le extendió la mano en una delicada acción femenina.

-Y ella es su prometida, la señorita May… Esta es mi hija menor; Misty- siguió el noble haciendo las presentaciones.

Ash observó la blanca mano que esperaba el correspondiente saludo, y la evitó tajantemente. Notó como las delicadas cejas pelirrojas se arqueaban ante aquel sin igual desaire para luego bajar la mano con fastidio. Los labios rosados apretados con desagrado.

El caballero también lo observaba perplejo, algo molesto por el desprecio que le había hecho a su hija.

May lo advirtió, por supuesto, y tratando de sonar apenada y mortificada murmuró: - Por favor perdone a mi prometido- se dirigió a la joven, cuya azul mirada se centraba, ahora con curiosidad, en ella -El hospital lo agota tanto, que a veces no advierte los desaires que ocasiona. Por favor dispénselo-

Aquello dio en el blanco, Lord William se apresuró a añadir con simpatía -Ya que deseas bailar querida mía ¿porqué no lo haces con el doctor?-

La joven sonrió ante el pedido de su padre -Claro- hizo otra graciosa reverencia y volvió a girarse hacia el doctor, alzando levemente la barbilla -¿Desea acompañarme caballero?-

Las aletas de su nariz se arquearon ante el perfume que emanó de aquella pequeña acción. Observó con fascinación la línea frágil y pálida de su cuello y sintió que las ansias renacían con inusitado fervor.

La joven esperaba mordiéndose el labio, sus ojos azules centrados en los suyos color miel.

Finalmente Ash se dignó a hacer un movimiento; apretando con fuerza los puños y manteniendo la cabeza en alto como si no viera, pasó entre medio del anfitrión y su hija y desapareció sin decir palabras.

May se obligó a seguirlo soltando unas disculpas apresuradas. Tomó los bordes de su vestido y desapreció entre el gentío, quien inmediatamente se encargó de borrar su rastro como si una ola de mar se la hubiera engullido.

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Llovía copiosamente y soplaba un viento frío y áspero que vaticinaba que la tormenta duraría unos cuantos días más.

El carruaje esperaba a un costado de la avenida. Grandee imponente. Su única pasajera se debatía entre descender, comprar en la feria y mojarse; o quedarse allí sentada y retornar con la ropa seca a la casa.

Recordó con tristeza que le faltaban flores de azahar para perfumar el agua de la tina, así que ese simple pensamiento hizo la decisión por ella. Se cubrió el cabello con una pañoleta gruesa y ciñó en torno a sus hombros el abrigo que usaría a modo de impermeable.

Su padre la asesinaría si se enteraba que había escapado de la casa en medio de aquel diluvio…

Unos golpecitos en la puerta del carruaje la distrajeron de sus ansias de salir. Asumió que sería uno de los sirvientes, urgiéndola a que se decidiera, pero por otro lado eso sería un completo atrevimiento. Estiró la mano y abrió, recibiendo el golpe húmedo del aguacero en primer lugar. Luego de que sus ojos se ajustaran a la aguada claridad del exterior, distinguió una silueta masculina, empapada de pies a cabeza que vestía rigurosamente de negro.

La silueta se inclinó unos centímetros en una reverencia cordial -¿Me permite unos segundos de su tiempo, milady?-

Ella no reconocía la voz que le hablaba. Pero el sonido ronco y masculino de esta le causó una inquietud extraña.

El extraño se descubrió la cara para que ella lo reconociera. La atractiva fisonomía del doctor se dejó ver tras de que se quitara la capa empapada. Sin esperar consentimiento de la dama se metió en el coche sentándose frente a ella. Se desprendió los tres primeros botones del abrigo que chorreaba agua, tenía puestos los guantes y estos también parecían húmedos, luego observó a la joven mujer con aire sosegado y tranquilo.

-Quiero ofrecerle una disculpa por lo ocurrido en la fiesta de su cumpleaños, Lady Williams- manifestó con suavidad e hizo una leve inclinación de cabeza –Espero me dispense-

La lluvia se oía nítida y melodiosa, al azotar el delgado techo del carruaje.

- Su comportamiento ha sido una gran descortesía- la joven respondió –Es la primera vez que un hombre se porta grosero conmigo...-

- Lo siento-

- Normalmente suelo ser yo quien hace ese tipo de desaires- de sus apretados labios se dibujó una pequeña –muy pequeña- sonrisa cómplice.

Él guardó silencio unos segundos. Luego se miró los guantes –Los casos en el hospital me agotan hasta tal punto que a veces no soy dueño de mis acciones...-

- Es lo que mi padre alegó en su defensa, doctor-

- Oh, si. Lord Williams es un caballero muy firme en sus principios-

- Es lo que todos dicen sobre él-

El doctor volvió a observarla. Pese a la escasa claridad que se filtraba por los ventanales, su cabello bailaba en aquella penumbra. Y a pesar del velo oscuro, su color no pasaba inadvertido. Su nariz se adivinaba pequeña y sus labios suaves y turgentes al hablar.

Su perfume seguía igual de delicioso. Quizás algo más llamativo y tentador al concentrarse en aquel espacio reducido. Él lo respiraba lentamente, llenándose los pulmones de aquella embriagadora fragancia. Se sentía complacido y aliviado de estar frente a ella con tanta calma.

- ¿Hay algún modo en el que pueda reparar mi falta?-

La pregunta la hizo en un tono tan contrito, tan lastimero, que ella soltó una pequeña risita. Sus rasgos se suavizaron –Yo lo dispenso, doctor Ketchum-

- Insisto- reiteró- Déjeme reparar mi falla de algún modo, milady...-

Ella guardó silencio unos segundos. Luego sonrió –Muy bien- se despejó algunos mechones de cabello de la frente –Necesito flores de azahar-

- ¿Azahar?- repitió.

- Si- asintió. Vio que el doctor esperaba que ahondara en la explicación y añadió ruborizándose –Mi nana las echa en el agua de la tina cuando me baño...-

- Ah...- advirtió el carmesí en las mejillas y sonrió a pesar suyo. Se sentía tranquilo, pero algo inquieto –Son para perfumar su piel-

Aquello la sonrojó ferozmente. Asintió a pesar de que le parecía una acotación inapropiada. Él se dio cuenta. Se aclaró la garganta y se preparó a descender del carruaje.

- ¿Flores de azahar?- repitió- ¿Debo comprarlas en la feria?-

- Si-

Apenas ella pronunció la palabra, el doctor desapareció dejando la estela de su capa húmeda, y el sabor único y frío de la lluvia que seguía repiqueteando en el techo.

No habían pasado ni cinco minutos cuando la vieja portezuela volvió a abrirse y el joven tomó el lugar que anteriormente ocupaba frente a ella. No se veía más mojado que antes, pero en sus mejillas aparecían dos leves sombras de calor. Extendió un envoltorio marrón, con suma delicadeza hacia ella.

- Sus flores, milady-

- Pero- la muchacha rió mientras abría el paquete –No ha tardado nada, corre usted más rápido que el viento... oh- se detuvo cuando sus dedos tocaron pequeños pétalos y un perfume dulce pero a la vez extraño inundó todo el recinto.

- Son flores de naranjo- dijo él adivinando la pregunta que flotaba en los ojos azules –Flores cítricas... Y por alguna razón me recuerdan a usted-

- Son bonitas- tomó el pequeño capullo blanco y lo llevó a su mejilla.

- Creo que hablan mucho de usted, y... servirán para perfumar su baño-

- Gracias doctor- guardó el envoltorio con delicadeza, luego se quitó los guantes de encaje y le extendió su mano –Por favor llámame Misty-

El joven tomó la mano y de un rápido impulso la llevó a sus labios. Apoyó los labios de mármol sobre la tibia piel y añadió en un susurro ronco –Tú dime Ash-



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